lunes, 25 de octubre de 2010

CON LA ADHERENCIA....PACIENCIA.


Unos días por Madrid siempre equivale a la familia, risas con los amigos de siempre, algo de estrés por querer ver a más gente de la que materialmente es posible y a Pedriza. Uno de esos lugares que siempre guardan algún secreto que ofrecer, da igual las veces que la visites, siempre te quedan rincones por descubrir, y cuanto más la conoces más poder adictivo desprende y mayor es la atracción que transmite. Por muchos viajes y paredes del mundo, La Pedriza es realmente única.

El mañana despejada, la temperatura sobre 20 ºC, y al ser un día entre diario el aparcamiento de Canto Cochino estaba prácticamente vacio, vamos un día perfecto para estar en La Pedriza. En esta ocasión la idea era ir a escalar una de las vías más clásicas de la zona centro, la Fulgencio del hueso, su historia y la calidad del recorrido hacen obligada la visita a este risco. Así pues por fin nos quitaríamos la espina de montarnos en este risco más propio de parecer una escultura de barro gigante que de ser una formación geológica natural. En algo más de hora llegábamos a la base del Hueso…Bien!!!!, aquí sigue en equilibrio perfecto, parece que hoy por lo menos aguantará esta estructura que a modo de contrafuerte de catedral gótica permanece en equilibrio pareciendo estar empujando las inmensas placas de granito sobre las que reposa su parte superior. Por caprichos de la naturaleza, la separación entre este pilar arqueado y la pared supone la medida perfecta para una escalada en chimenea, la única pega es que la única protección posible se pierde 20 metros por encima cuando se chapa el primer spit, así que rápidamente entras en situación, y piensas “ojo tronco que como te caigas la lias” y entonces estampas como si de un sello se tratará la espalda a la pared empujando con piernas y brazos en oposición casi al punto de abrir aún más la chimenea; esto de no dominar esta técnica de escalada hace desgastarte muy por encima de lo realmente necesario. Los siguientes largos de la vía son en placa, con algún pequeño resalte más vertical, pero ya nos permite disfrutar de la escalada sin excesivos esfuerzos y de la panorámica que se divisa bajo nuestros pies. La bajada rápida, por una de esas canales típicas de la pedriza que discurren entre paredes verticales de caprichosas formas y caos de bloques, surgiendo espontáneamente algún pequeño rellano entre las jaras, los acebos y los pinos, como si alguien se hubiera preparado adrede la parcelita para pasar los fin de semanas. Como aún quedaba día, también haríamos otra gran clásica, la Tito-Rolin-Bus, vía que tampoco nos iba a defraudar, encontrando escalada en diedro y adherencias exigentes con el típico factor psicológico de la pedri. Con las últimas luces que ya anaranjeaban los tonos de la roca regresábamos al coche, flipando como siempre con las figuras imaginarias que descubres en los infinitos riscos que te envuelven.

Un día de compromisos sociales…y vuelta al mismo escenario, esta vez se sumaban Rocio y mi hermana Natalia, con la intención de pasar una noche en los vivacs cercanos al Yelmo. La subida la empezábamos desde Canto Cochino por el barranco de las Hoces, por suerte el día estaba algo nublado y la marcha se hacía más llevadera, no obstante todos subíamos al mismo ritmo sin mayor problema. En una hora y media nos plantábamos en la pradera del Yelmo, es increíble esta mole granítica, debe de pesar mucho y seguro que costó un horror ponerlo ahí y darle esa forma tan perfecta para que pudiera distinguirse su silueta desde la lejanía a pesar de no encontrarse en la parte más alta de la pedriza. Quedaba media tarde y la aprovechábamos haciendo un poco de deportiva en los sectores cercanos, la noche acechaba y había de buscar alojamiento. Era Viernes y se veía tránsito de gente, por lo que las hospederías más céntricas estaban completas, pero bueno nos encontrábamos en una de las zonas más importantes de la Pedriza y por lo tanto el número de alojamientos es suficiente para albergar una gran cantidad de gente. En la periferia de la pradera, el ambiente estaba más tranquilo y por suerte encontrábamos un 4 estrellas, sin ningún inquilino. La terraza tenía vistas hacia la planicie madrileña, a la hora que nos instalábamos la única visión posible eran las incontables luces de los pueblos y ciudades que contemplábamos a vista de pájaro bajo nuestros pies y que desaparecían difuminadas en el horizonte. Para Natalia este era su primera noche en La Pedriza, seguro recuerdo imborrable. Entre risas y cigarritos los ojos se iban cerrando poco a poco y la noche seguía su curso hasta que el Sol nos recibía a la mañana siguiente. Una vez habiendo llenado el estomago a base de zumo y barritas, Juanpe, Natalia y yo nos poníamos el arnés y en apenas 10 minutos llegábamos a la base de la pared. La vía elegida como primera toma de contacto de Natalia en el Yelmo iba a ser la Ignactus, una línea donde tras una entrada por terreno vertical con canto, en seguida se imponen los rigores clásicos del Yelmo donde las distancias entre chapas y el terreno liso dominan la escalada. Juanpe la haría entera de primero y mi hermana y yo de segundos siguiendo su estela. Juanpe resolvía sin problemas y yo al ir imitando los pasos de Natalia detrás de ella también conseguía subir sin mayores dificultadades; creo que apunta maneras de sobra como para que se deje de ir ya de segunda de cuerda y empiece a abrir sus primeros largos y padezca las taquicardias que sufrimos todos cuando tenemos la chapa por debajo de los pies.
En 2 horas escasas terminábamos la vía felices por el triunfo. Vuelta a la pradera, y tras un pequeño piscolabis, nos dirigíamos ahora a una de las grandes clásicas de la adherencia; la Guirles-Campo, donde nos tocaba pasar un poquito de miedo al ver eminente la lijada correspondiente en cada paso que se da. Finalmente por milagros de la gravedad, no poníamos en práctica la famosa técnica de correr pared abajo para evitar el rasponazo, y terminábamos nuestra segunda vía al Yelmo, dando ya por concluida la escalada. En un paseo como siempre agradable regresábamos al coche, como no…. hablando de proyectos futuros en este lugar inagotable.


Tocaba bajar por el barrio y ponerme al día del anecdotario del verano, donde las historietas superan la ficción con creces, algún día habrá que recopilarlas y publicarlas, best seller asegurado.

Ya habiéndome documentado, al día siguiente nos poníamos rumbo a la Cabrera en busca de sus fisuras. Para empezar atacábamos 18 los ojos, bonita vía de dos largos interesantes. El primero de ellos alterna pasos finos de placa con algún empotre, teniendo que poner toda nuestra atención en la colocación de los pies si no queremos tener un resbalón inoportuno. El segundo de ellos, creo que es el más bonito sobre todo si salimos de la reunión buscando seguir escalando por la fisura en vez de salirnos al espolón, mas fácil y expuesto, y el resto del largo excepcional combinando la fisura con algún canto fuera de ella, aquí habría sobresalto repentino al poderme la ansiedad por llegar a un buen canto y despistar los pies, las consecuencias, vuelo sin motor al saltar el último friend puesto. Sin más percances terminábamos la vía y nos desplazábamos unos metros a la izquierda en busca de otra gran línea de fisuras, la Jose A. Alaiz. Fisura perfecta de manos y puños en el primer largo, donde la técnica de empotre de manos y pies es imprescindible para resolver este precioso largo. Un segundo de transición en placa nos situaba en otra increíble fisura de dedos de difícil protección en los primeros metros, después a gozarla.

En definitiva unos días muy aprovechados por la tierra natal.